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lunes, 28 de octubre de 2013

Treinta años de lluvia y un día de sol



Caminaba rumbo a mi casa después de un largo y cansado día de trabajo.
Pensaba en mi pobre gata Kitty tan sola todo el día en aquel apartamento frio y solitario.
Durante el día había sentido una extraña sensación, como un dolor  en el pecho que no podía explicar y temía que fuera a enfermar.
Las grandes nubes grises en el cielo, se juntaron, y en cuestión de minutos comenzó a llover.
Por la prisa, había olvidado mi paraguas, así que después de unos instantes ya estaba toda empapada.
Caminaba muy aprisa con la mirada hacia abajo porque las gotas golpeaban mi rostro, mis pies salpicaban en los charcos y el frio hacia tiritar mis manos.
De pronto, abruptamente tropecé con alguien que también corría por la lluvia, levanté rápidamente la mirada y sentí como mi corazón se exaltaba.
No le reconocí de inmediato, pero, cuando un corazón enamorado se ha entregado, nunca olvida, y mi corazón no  se equivocaba, el si sabía quien era.
Su cabello estaba blanco y sus facciones un tanto fruncidas, pero sus ojos, ¿como olvidarlos?, eran los mismos de hace treinta años.
Aun le puedo recordar perfectamente saliendo del salón de clase, su sonrisa al estar con sus amigos y el destello de su mirada que se escapaba de vez en cuando como si me mirase.
Me quede paralizada frente a el contemplándole fijamente… debí parecerle una loca.
Muy educadamente me preguntó si estaba bien, pero yo permanecía muda ante el.
Solo le sonreí esperando  que me recordara, que pudiera ver a través de mi mirada algo que le hiciera recordar a aquella niña de pecas y cabellos entrenzados que le seguía en los recreos, aquella que crecía y buscaba siempre  un asiento junto a el , solo para verle,  pero… no lo hizo.
A cambio solo me devolvió su sonrisa y viendo que yo estaba bien, siguió su camino bajo el aguacero que arreciaba cada vez más.
Yo… me quede ahí, de pie, inmóvil, viendo con tristeza como se alejaba, igual que la primera vez,  cuando por miedo no me atreví a decirle nunca lo que sentía y lo deje ir de la mano de mi mejor amiga.
Hace unos años atrás, me había dado cuenta de un terrible accidente le había dejado viudo, sentí pena y  quise buscarlo, pero, este maldito miedo me freno nuevamente y no pude… ahora comprendo  que  quizás fue lo mejor.
Hoy, un día lluvioso, después de tantos años,  y por esas cosas del destino nos volvimos a encontrar, solo para darme cuenta de que me engañe todos estos años amando al hombre equivocado, viviendo una vida solitaria, y esperando  un amor que nunca llegaría.
Para él  nunca existí, fui una cara más que con el tiempo se olvida… y aun así,  yo nunca lo dejé de amar.
De pronto el maullido de un pobre gato callejero que se resguardaba de la lluvia en un alero, me hizo recordar a Kitty, quien de seguro me estaría esperando junto a la ventana.
Quise mirarle por última vez pero había desaparecido con la lluvia, así que eche a correr esperando llegar pronto a casa.

Es extraño, pero el dolor en el pecho, desapareció también.

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