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miércoles, 20 de febrero de 2013

El silencio de un adiós





Esa mañana el sol radiante más brillante que de costumbre, extendía  sus rayos luminosos a través de las ramas de los altos robles que se mecían majestuosos al paso del viento cálido.
El manto verde del campo, se podía ver teñido de pequeñas florecillas de colores juguetonas y el cantar de un ave se escuchaba en lo alto del cielo despejado y  azul.
No muy lejos por entre los arbustos, se entre dejaba ver un riachuelo de aguas cristalinas, proveniente de una hermosa cascada que bajaba por las laderas de la montaña, sus aguas al caer no podían evitar salpicar a su paso las sonrosadas mejillas de una hermosa joven de largos cabellos rubios y labios rojos como el carmín de las rosas, la cual posaba bajo la  sombra de un frondoso árbol a la orilla del caudal.
La joven llevaba vestiduras blancas, en su cabello una corona de florecillas de diversos colores y en su cuello, un medallón en forma de dos corazones entrelazados, sus delicados pies estaban descalzos y de cuando en cuando los sumergía en las frescas aguas del riachuelo, mientras que con sus tiernas manos deshojaba con  gran amargura  una margarita.
Su mirada era lejana y triste, como si viajara por el tiempo sin necesidad de volver a este que sin duda deseaba olvidar.
Sorda a los alegres sonidos de la primavera, se entregaba al silencio de su pena, a la vez que una cristalina lágrima asomaba  de sus grandes ojos  azules.  
Suavemente se deslizaba  por su mejilla aquella tibia lágrima y confundiéndose con las gotas que le había  salpicado la cascada; parecía no llorar, aunque sin duda…su corazón estaba sangrando.
¡Cuanto diera niña mía por saber que pasa por tu alma  y te  lastima tanto!
¿Quien habrá entristecido tu corazón?, ¿Quien habrá jugado con sus emociones que hoy ya no te queda nada mas que expresar?
Eso solo el silencio de su vos lo sabía…
Perdida en su propio silencio y con sus mejillas humedecidas,  tomó a la ya deshojada margarita contra su pecho y  lentamente  la dejó a la deriva sobre las aguas del riachuelo que la llevó colina abajo sin preguntar su destino.
Por Beyanira Aguirre



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